Evangelio según San Lucas 1,26-38.
En el sexto mes, el Angel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María.
El Angel entró en su casa y la saludó, diciendo: "¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo".
Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo.
Pero el Angel le dijo: "No temas, María, porque Dios te ha favorecido.
Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin".
María dijo al Angel: "¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?".
El Angel le respondió: "El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios.
También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes,
porque no hay nada imposible para Dios".
María dijo entonces: "Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho". Y el Angel se alejó.
COMENTARIO
San Bernardo (1091-1153), monje cisterciense y doctor de la Iglesia
Homilía 4 sobre «Missus est », §8-9
«No temas, María»
Oíste, Virgen, que concebirás y darás a luz a un hijo; oíste que no era por obra de varón, sino por obra del Espíritu Santo. Mira que el ángel aguarda tu respuesta, porque ya es tiempo que se vuelva al Señor que lo envió. También nosotros, los condenados infelizmente a muerte por la divina sentencia, esperamos, Señora, esta palabra de misericordia. Se pone entre tus manos el precio de nuestra salvación; en seguida seremos librado si consientes. Por la Palabra eterna de Dios fuimos todos creados, y a pesar de eso morimos; mas por tu breve respuesta seremos ahora restablecidos para ser llamados de nuevo a la vida...
No tardes, Virgen María, da tu respuesta. Señora Nuestra, pronuncia esta palabra que la tierra, los abismos y los cielos esperan. Mira: el rey y señor del universo desea tu belleza, desea no con menos ardor tu respuesta. Ha querido suspender a tu respuesta la salvación del mundo. Has encontrado gracia ante de él con tu silencio; ahora él prefiere tu palabra. El mismo, desde las alturas te llama: «Levántate, amada mía, preciosa mía, ven...déjame oír tu voz» (Cant 2,13-14) Responde presto al ángel, o, por mejor decir, al Señor por medio del ángel; responde una palabra y recibe al que es la Palabra; pronuncia tu palabra y concibe la divina; emite una palabra fugaz y acoge en tu seno a la Palabra eterna...
Abre, Virgen dichosa, el corazón a la fe, los labios al consentimiento, las castas entrañas al Criador. Mira que el deseado de todas las gentes está llamando a tu puerta. Si te demoras en abrirle, pasará adelante, y después volverás con dolor a buscar al amado de tu alma. Levántate, corre, abre. Levántate por la fe, corre por la devoción, abre por el consentimiento.
«Aquí está la esclava del Señor, -dice la Virgen- hágase en mí según tu palabra.» (Lc 1, 38)
IV Domingo de Adviento – Año B
La liturgia del último Domingo del tiempo de Adviento, nos introduce plenamente en la atmósfera de Navidad. Ella nos sostiene en el reconocimiento del descendimiento del Señor, de su renovada presencia en el mundo, después de la espera en el seno virginal de María. El Dios que ha creado todas las cosas, el Señor del tiempo y de la historia, se manifiesta en la humilde gruta de Belén.
María Santísima, la Virgen del silencio y de la escucha, la Virgen de la espera está en el corazón del evangelio de hoy: por medio de Ella el Señor se manifiesta al mundo. María se hace templo vivo del Señor. Ella representa, para todos los cristianos, el insuperable modelo a seguir, para acoger en sí mismos la palabra que se hace carne, para que cada uno llegue a ser, como Ella, “morada de Dios”.
Mucho antes del nacimiento de Jesús –como narra la primera lectura- David había decidido construir un templo al Señor, pero Dios, por medio del profeta Natán, dijo que Él mismo fijaría su morada en medio de su pueblo y que le aseguraría una larga descendencia (cfr. 2 Sam. 10). Este antiguo proyecto de amor de Dios –fijar su morada en medio de nosotros- ahora es “revelado y anunciado mediante las escrituras proféticas, por mandato de Dios eterno (…) por medio de Jesucristo (Rom 16, 26-27).
Se realiza a través del misterio de la encarnación del Hijo de Dios. El extraordinario encuentro entre María y el ángel sucede en la cotidianeidad y es imagen del encuentro permanente que Dios quiere tener con el hombre, con cada hombre.
El anuncio “Alégrate, llena de gracia, el Señor es contigo” (Lc. 1, 28) indica cómo en la Virgen María está presente la plenitud de gracia. Por esto la Hija de Sión se alegra: ¡porque Dios la ama!
Santa María Virgen desea que cada hombre se una a su alegría, por el don de la venida del Hijo y por el anuncio que tal venida implica: un amor incondicionado, gratuito, personal, capaz de cambiar la vida, de transformarla dilatando su horizonte y haciéndole partícipe del Eterno.
El ángel le asegura: “No temas, María” (Lc. 1, 30), no temas el grandioso plan de Dios. Como la Virgen, no debemos turbarnos por los planes que Dios tiene para nuestra vida. Estamos llamados a tener confianza y a ser obedientes como Ella: “He aquí la esclava del Señor: que se haga en mí según me has dicho” (Lc. 1,38). Solamente una confianza tal hace posible que todo se realice según Dios, sin anteponer nada a su divina Voluntad y a su Amor.
Sintámonos particularmente “elegidos” y reconocidos hacia la Santísima Virgen, porque una vez más asistiremos al maravilloso acontecimiento de amor y de gracia, que se irradia en los corazones de toda la humanidad.
Como dice S. Luis M. Grignon de Monfort: “La Virgen María es la afortunada persona a la que fue dirigido este divino saludo para concluir “el negocio” más importante y grande del mundo: la encarnación del Verbo eterno, la paz entre Dios y los hombres y la redención del género humano. Gracias al saludo angélico, Dios se hace hombre, una virgen es hecha Madre de Dios, el pecado fue perdonado, la gracia nos fue dada. En definitiva, el saludo angélico es el arco iris, el signo de la clemencia y de la gracia que Dios concedió al mundo. El saludo del ángel es uno de los cánticos más bellos con los que podemos glorificar al Altísimo. Por eso repetimos este mismo saludo, para agradecer a la Santísima Trinidad por tantos e inestimables beneficios suyos. Alabamos a Dios Padre porque amó de tal manera al mundo que le dio a su Hijo para salvarlo. Bendecimos a Dios Hijo porque bajó del cielo a la tierra, se hizo hombre y nos redimió. Glorificamos a Dios Espíritu Santo, porque en el seno de la Virgen Santísima formó el cuerpo purísimo que fue la víctima por nuestros pecados” (S. Luis M. G. de Monfort, El secreto admirable del Santo Rosario, nn. 44-45).
Con estos sentimientos, vayamos sin temor a la “gruta de nuestro corazón” y en el reconocimiento, en el estupor y en el amor, esperemos con María Santísima y con San José, ahora y siempre, el nacimiento del Señor, de nuestro Salvador.