ALETEIA

lunes, 28 de enero de 2013

Antes de poder hablar de Dios y con Dios, hay que escucharlo, y la liturgia de la Iglesia es la “escuela” de esta escucha del Señor que nos habla.


















Ciudad del Vaticano, 27 de enero 2012 (VIS).-”Cada momento puede ser un “hoy” propicio para nuestra conversión. Cada día puede ser el “hoy” salvífico porque la salvación es historia que continúa para la Iglesia y para cada discípulo de Cristo. Este es el sentido cristiano del “carpe diem”: aprovecha el hoy en que Dios te llama para darte la salvación”. Estas han sido las palabras que ha dirigido el Papa a los fieles reunidos a mediodía en la Plaza de San Pedro para rezar el Ángelus.

Como es habitual, Benedicto XVI ha comentado las lecturas de la liturgia dominical, especialmente el evangelio en que San Lucas habla de la presencia de Jesús un sábado en la sinagoga de Nazaret. “Como buen observante, el Señor no se sustrae al ritmo litúrgico semanal y se une a la asamblea de sus compatriotas en la oración y en la escucha de las Escrituras. El rito prevé la lectura de un texto de la Torah o de los Profetas, seguido por un comentario. Ese día Jesús se levantó para leer y encontró un pasaje del profeta Isaías que inicia así: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres (...), Finalizada la lectura Jesús dice: “Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acabáis de escuchar”. San Cirilo de Alejandría afirma que el “hoy”, colocado entre la primera y la última venida de Cristo, corresponde a la capacidad del creyente de escuchar y arrepentirse. Pero, en sentido aún más radical, Jesús mismo es el “hoy” de la salvación en la historia, porque lleva a cumplimiento la plenitud de la redención”.

“Este pasaje evangélico nos interpela “hoy” también a nosotros. En primer lugar, nos hace pensar en nuestro modo de vivir el domingo: día familiar y de descanso, pero todavía más, día que debemos dedicar al Señor, participando en la Eucaristía, con la cual nos nutrimos del Cuerpo y Sangre de Cristo y de su Palabra de vida. En segundo lugar, en nuestro tiempo de dispersión y distracción, este Evangelio nos invita a interrogarnos sobre nuestra capacidad de escucha. Antes de poder hablar de Dios y con Dios, hay que escucharlo, y la liturgia de la Iglesia es la “escuela” de esta escucha del Señor que nos habla”.

Después de rezar el Ángelus el Papa soltó en el cielo de Roma dos palomas que le trajeron un niño y una niña pertenecientes a la Acción Católica que concluye con la Caravana de la Paz en la Plaza de San Pedro el mes de enero tradicionalmente dedicado a este tema.

Ciudad del Vaticano, 27 enero 2012 (VIS).-En la Jornada de la Memoria, en recuerdo del Holocausto de las víctimas del nazismo, Benedicto XVI ha dicho, después de rezar el Ángelus: “La memoria de esta enorme tragedia, que golpeó con tanta dureza sobre todo al pueblo hebreo, debe representar para todos una advertencia constante para que no se repitan los horrores del pasado, se supere cualquier forma de odio y de racismo y se promueva el respeto y la dignidad de la persona humana”.

También se celebra hoy la LX Jornada Mundial de la lucha contra la lepra y el Papa ha manifestado su “cercanía a las personas aquejadas por esa enfermedad” y alentado a los investigadores, agentes sanitarios y voluntarios,, en particular a cuantos forman parte de las organizaciones católicas y de la Asociación de amigos de Raoul Follereau. “Invoco para todos la ayuda espiritual de san Damián de Veuster y de santa Marianne Cope, que dieron su vida por los enfermos de lepra”.

“Este domingo -ha proseguido- se celebra, además, una Jornada especial de intercesión por la paz en Tierra Santa. Doy las gracias a cuantos la promueven en muchas partes del mundo y saludo en particular a los que están aquí presentes”.

El Papa ha concluido dirigiéndose a los fieles polacos. “Hoy me uno a la Iglesia en Polonia en la acción de gracias por la vida y el ministerio del difunto cardenal primado Jozef Glemp. ¡Que el Señor recompense su entrega pastoral y le tenga en su gloria!”.


Texto completo de las Palabras del Santo Padre durante el rezo del Ángelus:

¡Queridos hermanos y hermanas!

La liturgia de hoy nos presenta, juntos, dos pasajes distintos del Evangelio de Lucas. El primero (1,1-4) es el prólogo, dirigido a un tal «Teófilo»; porque este nombre en griego significa «amigo de Dios», podemos ver en él a cada creyente que se abre a Dios y quiere conocer el Evangelio. En cambio, el segundo pasaje evangélico (4,14-21) nos presenta a Jesús que «con la potencia del Espíritu» se dirige el sábado a la sinagoga de Nazaret. Como buen observante, el Señor no se sustrae al ritmo litúrgico semanal y se une a la asamblea de sus compatriotas en la oración y en la escucha de las Escrituras. El rito prevé la lectura de un texto de la Tora o de los Profetas, seguida por un comentario. Ese día Jesús se levantó para leer y encontró un pasaje del profeta Isaías que inicia así: «El Espíritu del Señor está sobre mí, / porque me ha consagrado por la unción./ Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres » (61,1-2). Orígenes comenta: «No es una casualidad que haya abierto el libro y encontrado el capítulo de la lectura que profetiza sobre él, sino también esto fue obra de la providencia de Dios» (Homilías sobre el Evangelio de Lucas, 32,3). Jesús de hecho, finalizada la lectura, en un silencio cargado de atención, dice: «Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír» (Lc 4,21). San Cirilo de Alejandría afirma que el «hoy», colocado entre la primera y la última venida de Cristo, está ligado a la capacidad del creyente de escuchar y arrepentirse (cfr PG 69, 1241). Pero, en sentido aún más radical, Jesús mismo es «el hoy» de la salvación en la historia, porque lleva a cumplimiento la plenitud de la redención. El término «hoy», muy querido a san Lucas (cfr 19,9; 23,43), nos conduce al título cristológico preferido por el mismo Evangelista, aquel de «salvador» (sōtēr). Ya en los relatos de la infancia, él está presente en las palabras del ángel a los pastores: « Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor» (Lc 2,11).

Queridos amigos, este pasaje evangélico interpela «hoy» también a nosotros. Sobre todo nos hace pensar a nuestro modo de vivir el domingo: día del descanso y de la familia, pero antes que nada día que debemos dedicar al Señor, participando en la Eucaristía, con la cual nos nutrimos del Cuerpo y Sangre de Cristo y de su Palabra de vida. En segundo lugar, en nuestro tiempo de dispersión y distracción, este Evangelio nos invita a interrogarnos sobre nuestra capacidad de escucha. Antes de poder hablar de Dios y con Dios, hay que escucharlo, y la liturgia de la Iglesia es la “escuela” de esta escucha del Señor que nos habla. Por último, nos dice que cualquier momento puede convertirse en un «hoy» propicio para nuestra conversión. Cada día (kathēmeran) puede convertirse el hoy salvífico, porque la salvación es historia que continúa para la Iglesia y para cada discípulo de Cristo. Este es el sentido cristiano del «carpe diem»: ¡aprovecha el hoy en el que Dios te llama para donarte la salvación!

Que la Virgen María sea siempre nuestro modelo y nuestra guía en el saber reconocer y acoger, cada día de nuestra vida, la presencia de Dios, Salvador nuestro y de toda la humanidad.



martes, 15 de enero de 2013

Este Jesús es el Hijo de Dios que está totalmente inmerso en la voluntad de amor del Padre. Este Jesús es Aquel que morirá en la cruz y resurgirá por la potencia del mismo Espíritu que ahora se posa sobre Él y lo consagra











Ciudad del Vaticano, 13 de enero de 2013 (VIS).-En el primer domingo después de la Epifanía, que concluye el tiempo litúrgico de Navidad, Benedicto XVI se asomó a mediodía a la ventana de su estudio para rezar el Ángelus con los fieles reunidos en la Plaza de San Pedro.

“Hoy celebramos -ha dicho el Papa- la fiesta del Bautismo de Jesús: vemos a aquel niño, nacido de la Virgen -que contemplamos en el misterio de su nacimiento- como adulto que se sumerge en las aguas del río Jordán y santifica así todas las aguas y el mundo entero, como afirma la tradición oriental. Pero ¿por qué Jesús, en el que no había sombra de pecado fue a bautizarse por el profeta Juan? ¿Por qué quiso llevar a cabo ese gesto de penitencia y conversión, junto con tantas personas que querían preparar la venida del Mesías?. Ese gesto que marca el principio de la vida pública de Cristo, como atestiguan todos los evangelistas, se sitúa en la misma línea de la Encarnación, de la bajada de Dios, desde lo más alto del cielo al abismo de los infiernos. El sentido de este movimiento descendente se resume en una palabra única: amor, que es el nombre mismo de Dios”.

El Jesús que se bautiza en el Jordán es “ el hombre nuevo que quiere vivir como hijo de Dios, es decir, en el amor; el hombre que, frente al mal del mundo, elige el camino de la humildad y de la responsabilidad, no elige salvarse a sí mismo, sino ofrecer su vida por la verdad y la justicia. Ser cristiano significa vivir así; pero este género de vida comporta un renacimiento: renacer desde lo alto, desde Dios, desde la Gracia. Este renacimiento es el Bautismo que Cristo ha dado a la Iglesia para regenerar a los hombres a la vida nueva”.


El Santo Padre, recordando que esta mañana había bautizado a diversos niños en la Capilla Sixtina, ha querido hacer extensiva su bendición y sus oraciones “ a todos los recién nacidos. Pero sobre todo invitar a todos a recordar el propio bautismo, ese renacimiento espiritual que nos abrió el camino de la vida eterna. ¡Ojalá todos los cristianos en este Año de la Fe, descubran de nuevo la belleza de haber renacido desde lo alto, desde el amor de Dios, y vivir como su hijo verdadero”.
Fuente: visnews-es

Texto Alocución del Benedicto XVI previo al 
rezo mariano del Angelus Domini 13.01.2012

Queridos hermanos y hermanas: 


Con este domingo después de la Epifanía se concluye el Tiempo litúrgico de la Navidad: tiempo de luz, la luz de Cristo que, como nuevo sol aparecido en el horizonte de la humanidad, disipa las tinieblas del mal y de la ignorancia. Celebramos hoy la fiesta del Bautismo de Jesús: aquel Niño, hijo de la Virgen, que contemplamos en el misterio de su nacimiento, lo vemos hoy adulto sumergirse en las aguas del río Jordán, y santificar así todas las aguas y el cosmos entero –como indica la tradición oriental. Pero ¿por qué Jesús, en quien no había sombra de pecado, fue para hacerse bautizar por Juan? ¿Por qué quiso realizar este gesto de penitencia y conversión, junto con tantas personas que de este modo querían prepararse para la venida del mesías? Aquel gesto –que marca el inicio de la vida pública de Cristo, se coloca en la misma línea de la Encarnación, de la venida de Dios desde el más alto de los cielos hasta el abismo de los infiernos. El sentido de este movimiento de abajamiento divino se resume en una única palabra: amor, que es el nombre mismo de Dios. Escribe el apóstol Juan: «Así Dios nos manifestó su amor: envió a su Hijo único al mundo, para que tuviéramos Vida por medio de él», y lo envió «como víctima propiciatoria por nuestros pecados» (1 Jn 4,9-10). Por esto el primer acto público de Jesús fue el de recibir el bautismo de Juan, el cual, viéndolo llegar, dijo: «Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Jn 1,29).

Narra el evangelista Lucas que mientras Jesús, habiendo recibido el bautismo, «mientras estaba orando, se abrió el cielo y el Espíritu Santo descendió sobre él en forma corporal, como una paloma. Se oyó entonces una voz del cielo: “Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección”» (3,21-22). Este Jesús es el Hijo de Dios que está totalmente inmerso en la voluntad de amor del Padre. Este Jesús es Aquel que morirá en la cruz y resurgirá por la potencia del mismo Espíritu que ahora se posa sobre Él y lo consagra. Este Jesús es el hombre nuevo que quiere vivir como hijo de Dios, es decir, en el amor; el hombre que ante el mal del mundo, elige el camino de la humildad y de la responsabilidad, elige no de salvarse a sí mismo sino de ofrecer la propia vida por la verdad y la justicia. Ser cristianos significa vivir así, pero este tipo de vida comporta renacer: renacer desde lo alto, desde Dios, desde la Gracia. Este renacer es el Bautismo, que Cristo ha donado a la Iglesia para regenerar a los hombres en la vida nueva. Afirma un antiguo texto atribuido a san Hipólito: “quien baja con fe en este bautismo de regeneración, renuncia al diablo y se une a Cristo, reniega al enemigo y reconoce que Cristo es Dios, se desnuda de la esclavitud y se reviste de la adopción filial” (del Discurso sobre la Epifanía, 10: Pg 10, 862).

Según la tradición, esta mañana tuve la alegría de bautizar a un numeroso grupo de niños que nacieron en los últimos tres o cuatro meses. En este momento quiero extender mi oración y mi bendición a todos los recién nacidos; pero en especial invitar a todos a recordar nuestro Bautismo, hacer memoria de aquel renacer espiritual que nos abrió el camino de la vida eterna. Que pueda cada cristiano, en este Año de la fe, redescubrir la belleza de haber renacido desde lo alto, desde el amor de Dios, y vivir como su verdadero hijo. 


domingo, 6 de enero de 2013

En Navidad, ante Jesús, vemos la fe de María, de José y de los pastores; y hoy, en la Epifanía, vemos la fe de los Magos, venidos de Oriente para adorar al rey de los Judíos.





Texto completo de la alocución del Papa a la hora del ángelus

Queridos hermanos y hermanas: Hoy celebramos la Epifanía del Señor, su manifestación a la gente, mientras numerosas Iglesias Orientales, según el calendario Juliano, festejan la Navidad. Esta ligera diferencia, que hace que se superpongan los dos momentos, hace resaltar que aquel Niño, nacido en la humildad de la gruta de Belén, es la luz del mundo, que orienta el camino de todos los pueblos. Es un binomio que también hace reflexionar desde el punto de vista de la fe: por una parte, en Navidad, ante Jesús, vemos la fe de María, de José y de los pastores; y hoy, en la Epifanía, vemos la fe de los Magos, venidos de Oriente para adorar al rey de los Judíos.

La Virgen María, junto a su esposo, representan el “tronco” de Israel, el “resto” preanunciado por los profetas, del que debía germinar el Mesías. En cambio los Magos representan los pueblos, y también podemos decir las civilizaciones, las culturas, y las religiones que están, por decirlo de alguna manera, en camino hacia Dios, en busca de su reino de paz, de justicia, de verdad y de libertad. En un primer momento hay un núcleo, personificado por María, la “hija de Sión”: un núcleo de Israel, el pueblo que conoce y que tiene fe en aquel Dios que se ha revelado a los Patriarcas y en el camino de la historia. Esta fe alcanza su cumplimiento en María, en la plenitud de los tiempos; en ella, “bienaventurada porque ha creído”, el Verbo se ha hecho carne, Dios ha “aparecido” en el mundo. La fe de María se convierte en la primicia y el modelo de la fe de la Iglesia, Puelo de la Nueva Alianza. Pero este pueblo es desde el inicio universal, y esto lo vemos hoy en las figuras de los Magos, que llegan a Belén siguiendo la luz de una estrella y las indicaciones de las Sagradas Escrituras.

San León Magno afirma: “En un tiempo se había prometido a Abraham una descendencia innumerable que habría sido generada no según la carne, sino en la fecundidad de la fe” (Discurso 3 para la Epifanía, 1: PL 54, 240). La fe de María se puede poner junto a la de Abraham: es el nuevo inicio de la misma promesa, del mismo inmutable designio de Dios, que encuentra ahora su pleno cumplimiento en Jesucristo. Y la luz de Cristo es tan límpida y fuerte que hace inteligible tanto el lenguaje del cosmos, cuanto el de las Escrituras, de modo que todos aquellos que, como los Magos, están abiertos a la verdad, pueden reconocerla y llegar a contemplar al Salvador del mundo. Dice también San León: “Que entre por tanto en la familia de los patriarcas la gran masa de las gentes… Que todos los pueblos adoren al Creador del universo, y que Dios sea conocido no sólo en Judea, sino en toda la tierra» (Ibíd.). También en esta perspectiva podemos ver las Ordenaciones episcopales que he tenido la alegría de conferir esta mañana en la Basílica de San Pedro: dos de los nuevos Obispos permanecerán al servicio de la Santa Sede, y los otros dos partirán para ser Representantes Pontificios en dos naciones. Oremos por cada uno de ellos, por su ministerio, y para que la luz de Cristo resplandezca en el mundo entero. 

Queridos hermanos y hermanas: Mañana las Iglesias de Oriente que siguen el calendario juliano celebrarán la Navidad del Señor: en la alegría de la fe común les dirigido mi más cordial deseo de paz, con un recuerdo especial en la oración








jueves, 3 de enero de 2013

Y son esas mismas ansias de Dios las que traen los tres Magos desde Oriente hasta aquel humilde pesebre.



Para bendición de tiempos desarraigados,193
en este Nazaret
Dios trae Salvación a las familias;
allí donde los hombre se consagran a Schoenstatt,
el quiere regalar con clemencia
santidad de la vida diaria.

En el pobre y pequeño343
establo De Belén,
das a luz para todos nosotros
al Señor del mundo.
Tal como muestras al Niño a pastores y reyes
Y te inclinas ante El adorándole y sirviéndolo,
así queremos con amor
Ser siempre tus instrumentos
y llevarlo a la profundidad del corazón humano.
   (Hacia el Padre.P.José Kentenich)         


 Pero también hay una santa inquietud, la que se manifiesta en el creciente anhelo de entablar amistad con el Dios envuelto en pañales. Un deseo que ha estado igualmente presente en la historia desde aquella hora en Belén: la descubrimos en el corazón de María Santísima y el pecho de san José; la encontramos entre los pastores que, movidos por ella, abandonaron su campo de pastoreo para dirigirse al establo, Y son esas mismas ansias de Dios las que traen los tres  Magos desde Oriente hasta aquel humilde pesebre.
P. José Kentenich Homilía 25 de diciembre 1963