ALETEIA

martes, 15 de enero de 2013

Este Jesús es el Hijo de Dios que está totalmente inmerso en la voluntad de amor del Padre. Este Jesús es Aquel que morirá en la cruz y resurgirá por la potencia del mismo Espíritu que ahora se posa sobre Él y lo consagra











Ciudad del Vaticano, 13 de enero de 2013 (VIS).-En el primer domingo después de la Epifanía, que concluye el tiempo litúrgico de Navidad, Benedicto XVI se asomó a mediodía a la ventana de su estudio para rezar el Ángelus con los fieles reunidos en la Plaza de San Pedro.

“Hoy celebramos -ha dicho el Papa- la fiesta del Bautismo de Jesús: vemos a aquel niño, nacido de la Virgen -que contemplamos en el misterio de su nacimiento- como adulto que se sumerge en las aguas del río Jordán y santifica así todas las aguas y el mundo entero, como afirma la tradición oriental. Pero ¿por qué Jesús, en el que no había sombra de pecado fue a bautizarse por el profeta Juan? ¿Por qué quiso llevar a cabo ese gesto de penitencia y conversión, junto con tantas personas que querían preparar la venida del Mesías?. Ese gesto que marca el principio de la vida pública de Cristo, como atestiguan todos los evangelistas, se sitúa en la misma línea de la Encarnación, de la bajada de Dios, desde lo más alto del cielo al abismo de los infiernos. El sentido de este movimiento descendente se resume en una palabra única: amor, que es el nombre mismo de Dios”.

El Jesús que se bautiza en el Jordán es “ el hombre nuevo que quiere vivir como hijo de Dios, es decir, en el amor; el hombre que, frente al mal del mundo, elige el camino de la humildad y de la responsabilidad, no elige salvarse a sí mismo, sino ofrecer su vida por la verdad y la justicia. Ser cristiano significa vivir así; pero este género de vida comporta un renacimiento: renacer desde lo alto, desde Dios, desde la Gracia. Este renacimiento es el Bautismo que Cristo ha dado a la Iglesia para regenerar a los hombres a la vida nueva”.


El Santo Padre, recordando que esta mañana había bautizado a diversos niños en la Capilla Sixtina, ha querido hacer extensiva su bendición y sus oraciones “ a todos los recién nacidos. Pero sobre todo invitar a todos a recordar el propio bautismo, ese renacimiento espiritual que nos abrió el camino de la vida eterna. ¡Ojalá todos los cristianos en este Año de la Fe, descubran de nuevo la belleza de haber renacido desde lo alto, desde el amor de Dios, y vivir como su hijo verdadero”.
Fuente: visnews-es

Texto Alocución del Benedicto XVI previo al 
rezo mariano del Angelus Domini 13.01.2012

Queridos hermanos y hermanas: 


Con este domingo después de la Epifanía se concluye el Tiempo litúrgico de la Navidad: tiempo de luz, la luz de Cristo que, como nuevo sol aparecido en el horizonte de la humanidad, disipa las tinieblas del mal y de la ignorancia. Celebramos hoy la fiesta del Bautismo de Jesús: aquel Niño, hijo de la Virgen, que contemplamos en el misterio de su nacimiento, lo vemos hoy adulto sumergirse en las aguas del río Jordán, y santificar así todas las aguas y el cosmos entero –como indica la tradición oriental. Pero ¿por qué Jesús, en quien no había sombra de pecado, fue para hacerse bautizar por Juan? ¿Por qué quiso realizar este gesto de penitencia y conversión, junto con tantas personas que de este modo querían prepararse para la venida del mesías? Aquel gesto –que marca el inicio de la vida pública de Cristo, se coloca en la misma línea de la Encarnación, de la venida de Dios desde el más alto de los cielos hasta el abismo de los infiernos. El sentido de este movimiento de abajamiento divino se resume en una única palabra: amor, que es el nombre mismo de Dios. Escribe el apóstol Juan: «Así Dios nos manifestó su amor: envió a su Hijo único al mundo, para que tuviéramos Vida por medio de él», y lo envió «como víctima propiciatoria por nuestros pecados» (1 Jn 4,9-10). Por esto el primer acto público de Jesús fue el de recibir el bautismo de Juan, el cual, viéndolo llegar, dijo: «Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Jn 1,29).

Narra el evangelista Lucas que mientras Jesús, habiendo recibido el bautismo, «mientras estaba orando, se abrió el cielo y el Espíritu Santo descendió sobre él en forma corporal, como una paloma. Se oyó entonces una voz del cielo: “Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección”» (3,21-22). Este Jesús es el Hijo de Dios que está totalmente inmerso en la voluntad de amor del Padre. Este Jesús es Aquel que morirá en la cruz y resurgirá por la potencia del mismo Espíritu que ahora se posa sobre Él y lo consagra. Este Jesús es el hombre nuevo que quiere vivir como hijo de Dios, es decir, en el amor; el hombre que ante el mal del mundo, elige el camino de la humildad y de la responsabilidad, elige no de salvarse a sí mismo sino de ofrecer la propia vida por la verdad y la justicia. Ser cristianos significa vivir así, pero este tipo de vida comporta renacer: renacer desde lo alto, desde Dios, desde la Gracia. Este renacer es el Bautismo, que Cristo ha donado a la Iglesia para regenerar a los hombres en la vida nueva. Afirma un antiguo texto atribuido a san Hipólito: “quien baja con fe en este bautismo de regeneración, renuncia al diablo y se une a Cristo, reniega al enemigo y reconoce que Cristo es Dios, se desnuda de la esclavitud y se reviste de la adopción filial” (del Discurso sobre la Epifanía, 10: Pg 10, 862).

Según la tradición, esta mañana tuve la alegría de bautizar a un numeroso grupo de niños que nacieron en los últimos tres o cuatro meses. En este momento quiero extender mi oración y mi bendición a todos los recién nacidos; pero en especial invitar a todos a recordar nuestro Bautismo, hacer memoria de aquel renacer espiritual que nos abrió el camino de la vida eterna. Que pueda cada cristiano, en este Año de la fe, redescubrir la belleza de haber renacido desde lo alto, desde el amor de Dios, y vivir como su verdadero hijo. 


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