ALETEIA

sábado, 26 de mayo de 2012

María presente en el Cenáculo



Preparación a la venida del Espíritu Santo
María presente en el Cenáculo 

1. “Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu en compañía de algunas mujeres, de María, la Madre de Jesús, y de sus hermanos” (Hch 1, 14). Con estas sencillas palabras el autor de los Hechos de los Apóstoles, señala la presencia de la Madre de Cristo en el Cenáculo, en los días de preparación para Pentecostés.
En la catequesis precedente ya entramos al Cenáculo y vimos que los Apóstoles, obedeciendo la orden recibida de Jesús antes de su partida hacia el Padre, se habían reunido allí y “perseveraban... con un mismo espíritu” en la oración. No estaban solos, pues contaban con la participación de otros discípulos, hombres y mujeres. Entre estas personas que pertenecían a la comunidad originaria de Jerusalén, San Lucas autor de los Hechos, nombra también a María, Madre de Cristo. La nombra entre los demás presentes, sin añadir nada de particular respecto a Ella. Pero sabemos que Lucas es también el Evangelista que manifestó de forma más completa la maternidad divina y virginal de María, utilizando las informaciones que consiguió con una precisa intención metodológica (cf. Lc 1, 1 ss.; Hch 1, 1 ss.) en las comunidades cristianas, informaciones que al menos indirectamente se remontaban a la primerísima fuente de todo dato mariológico: la misma Madre de Jesús. Por ello, en la doble narración de Lucas, así como la venida al mundo del Hijo de Dios está presentada en estrecha relación con la persona de María, así ahora se presenta el nacimiento de la Iglesia vinculado con Ella. La simple constatación de su presencia en el Cenáculo de Pentecostés basta para hacernos entrever toda la importancia que Lucas atribuye a este detalle.

2. En los Hechos María aparece como una de las personas que participan, en calidad de miembro de la primera comunidad de la Iglesia naciente, en la preparación para Pentecostés. Sobre la base del Evangelio de Lucas y otros textos del Nuevo Testamento, se formó una tradición cristiana acerca de la presencia de María en la Iglesia, que el Concilio Vaticano II ha resumido afirmando que Ella es un miembro excelentísimo y enteramente singular (cf. Lumen gentium, 53) por ser Madre de Cristo, Hombre-Dios, y por consiguiente Madre de Dios. Los Padres conciliares recordaron, en el mensaje introductorio, las palabras de los Hechos de los Apóstoles que acabamos de leer, como si quisieran subrayar que, como María había estado presente en aquella primera hora de la Iglesia, así deseaban que estuviese en su reunión de sucesores de los Apóstoles, congregados en la segunda mitad del siglo XX en continuidad con la comunidad del Cenáculo. Reuniéndose para los trabajos conciliares también los Padres querían perseverar “en la oración con un mismo espíritu... en compañía de María, la Madre de Jesús” (cf. Hch 1, 14).

3. Ya en el momento de la anunciación María había experimentado la venida del Espíritu Santo. El Ángel Gabriel le había dicho: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra: por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios” (Lc 1, 35). Por medio de esta venida del Espíritu Santo a Ella, María fue asociada de modo único e irrepetible al misterio de Cristo. En la Encíclica Redemptoris Mater escribí: “En el misterio de Cristo María está presente ya ‘antes de la creación del mundo’ (cf. Ef 1, 4) como Aquella que el Padre ‘ha elegido’ como Madre de su Hijo en la Encarnación, y junto con el Padre la ha elegido el Hijo, confiándola eternamente al Espíritu de santidad” (n. 8).

4. Ahora bien, en el Cenáculo de Jerusalén, cuando mediante los acontecimientos pascuales el misterio de Cristo sobre la tierra llegó a su plenitud, María se encuentra en la comunidad de los discípulos para preparar una nueva venida del Espíritu Santo, y un nuevo nacimiento: el nacimiento de la Iglesia. Es verdad que Ella misma es ya “templo del Espíritu Santo” (Lumen gentium, 53) por su plenitud de gracia y su maternidad divina, pero Ella participa en las súplicas por la venida del Paráclito a fin de que con su poder suscite en la comunidad apostólica el impulso hacia la misión que Jesucristo, al venir al mundo, recibió del Padre (cf. Jn 5, 36), y, al volver al Padre, transmitió a la Iglesia (cf. Jn 17, 18). María, desde el inicio, está unida a la Iglesia, como uno de los “discípulos” de su Hijo, pero al mismo tiempo destaca en todos los tiempos como “tipo y ejemplar acabadísimo de la misma (Iglesia) en la fe y en la caridad” (Lumen gentium, 53).

5. Lo ha puesto muy bien de relieve el Concilio Vaticano II en la Constitución sobre la Iglesia, donde leemos: “La Virgen Santísima, por el don y la prerrogativa de la maternidad divina, que la une con el Hijo Redentor, y por sus gracias y dones singulares, está también íntimamente unida con la Iglesia. Como ya enseñó San Ambrosio, la Madre de Dios es tipo de la Iglesia en el orden de la fe, de la caridad y de la unión perfecta con Cristo” (Lumen gentium, 63).
“Pues en el misterio de la Iglesia -prosigue el Concilio-,... precedió la Santísima Virgen presentándose de forma eminente... Creyendo y obedeciendo, engendró en la tierra al mismo Hijo del Padre, y sin conocer varón, cubierta con la sombra del Espíritu Santo” (Lumen gentium, 63).

La oración de María en el Cenáculo, como preparación a Pentecostés, tiene un significado especial, precisamente por razón del vínculo con el Espíritu Santo que se estableció en el momento del misterio de la Encarnación. Ahora bien, este vínculo vuelve a presentarse, enriqueciéndose con una nueva relación.

6. Al afirmar que María “precedió” en el orden de la fe, la Constitución parece referirse a la “bienaventuranza” escuchada por la Virgen de Nazaret durante la visita a su parienta Isabel tras la anunciación: “¡Feliz la que ha creído!” (Lc 1, 45). El Evangelista escribe que “Isabel quedó llena de Espíritu Santo” (Lc 1, 41) mientras respondía al saludo de María y pronunciaba aquellas palabras. También en el Cenáculo de Pentecostés en Jerusalén según el mismo Lucas, “todos quedaron llenos del Espíritu Santo” (Hch 2, 4). Por lo tanto, también Aquella que había concebido “por obra del Espíritu Santo” (cf. Mt 1, 18) recibió una nueva plenitud de Él. Toda su vida de fe, de caridad, de perfecta unión con Cristo, desde aquella hora de Pentecostés quedó unida al camino de la Iglesia.
La comunidad apostólica tenía necesidad de su presencia y de aquella perseverancia en la oración en compañía de Ella, la Madre del Señor. Se puede decir que en aquella oración “en compañía de María” se trasluce su particular mediación, nacida de la plenitud de los dones del Espíritu Santo. Como su mística Esposa, María imploraba su venida a la Iglesia, nacida del costado de Cristo atravesado en la cruz, y ahora a punto de manifestarse al mundo.

7. Como se ve, la breve mención que hace el autor de los Hechos de los Apóstoles acerca de la presencia de María entre los Apóstoles y todos aquellos que “perseveraban en la oración” como preparación a Pentecostés y a la “efusión” del Espíritu Santo, encierra un contenido sumamente rico.
En la Constitución Lumen gentium el Concilio Vaticano II ha dado expresión a esta riqueza de contenido. Según el importante texto conciliar, Aquella que en el Cenáculo en medio de los discípulos perseveraba en la oración, es la Madre del Hijo, predestinado por Dios a ser “el primogénito entre muchos hermanos” (cf. Rm 8, 29). Pero el Concilio añade que Ella misma cooperó “a la regeneración y formación” de estos “hermanos” de Cristo, con su amor de Madre. La Iglesia, a su vez, desde el día de Pentecostés, “por la predicación y el bautismo engendra a una vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por obra del Espíritu Santo y nacidos de Dios” (Lumen gentium, 64). La Iglesia, por consiguiente, convirtiéndose así también ella en madre, mira a la Madre de Cristo como a su modelo. Esta mirada de la Iglesia hacia María tuvo su inicio en el Cenáculo.

Fuente: JUAN PABLO II AUDIENCIA GENERAL Miércoles 28 de junio de 1989

lunes, 21 de mayo de 2012

simbolo del Santuario

VER ENLACE RAMA DE FAMILIA:
Familiasbellavista.Símbolos
 
EN UN PAPIRO EGIPCIO
Edgar Lobel, experto en papirología de la Universidad de Oxford,  dedicó su vida al estudio de los papiros encontrados en Egipto. Como es conocido, el clima extremadamente seco de la mayor parte de Egipto ha hecho que se conserven multitud de fragmentos de papiros antiquísimos, con textos de hace milenios, en griego y en copto. Muchos de estos textos se habían perdido. En otros casos, los papiros sirven para confirmar la antigüedad de textos que sí que se habían conservado a través de sucesivas copias o traducciones.
Uno de estos papiros, descubierto en las proximidades de la antigua ciudad egipcia de Oxirrinco, contenía una oración a la Virgen. Y no cualquier oración, sino una plegaria que continuamos rezando hoy en día, la oración Sub tuum praesidium. La versión latina es:
 
Sub tuum praesidium
confugimus,
Sancta Dei Genitrix.
Nostras deprecationes ne despicias
in necessitatibus nostris,
sed a periculis cunctis
libera nos semper,
Virgo gloriosa et benedicta.
 
La versión castellana, es muy conocida:
Bajo tu amparo nos acogemos,
santa Madre de Dios;
no deseches las súplicas
que te dirigimos en nuestras necesidades,
antes bien, líbranos de todo peligro,
¡oh siempre Virgen, gloriosa y bendita!
 
 
Y la versión en griego clásico, que es precisamente la que se encontró en el papiro. Basta fijarse con detenimiento en la foto del papiro para reconocer las palabras griegas originales:
π τν σν εσπλαγχνίαν,
καταφεύγομεν, Θεοτόκε.
Τς μν κεσίας,
μ παρίδς ν περιστάσει,
λλ κ κινδύνων λύτρωσαι μς,
μόνη γνή, μόνη ελογημένη.
 
Cabe destacar la presencia del término Theotokos (en este caso, Theotoke, en vocativo), es decir, “Madre de Dios”. Dos siglos después, en el Concilio de Éfeso, se reconoció de forma  solemne que este título era adecuado para la Virgen María, contra el parecer de Nestorio. Es decir, en Éfeso, la Tradición de la Iglesia fue defendida contra los que preferían sus propios razonamientos a la enseñanza de siempre de la Iglesia.
Resulta impresionante rezar esta oración, sabiendo que los cristianos la rezaban ya, por lo menos, en el año 250 d.C., que es la fecha en la que Edgar Lobel dató el papiro en el que se encontraba. Nosotros no la hemos recibido de los arqueólogos, sino de la tradición de la Iglesia, a través del latín en el caso de la Iglesia Latina o del griego y el eslavonio antiguo en Oriente. Resulta agradable, sin embargo, que la arqueología nos muestre una vez más que la tradición no es algo inventado, sino que verdaderamente nos transmite la herencia que los primeros cristianos recibieron de Cristo y de los Apóstoles.
 
THEOTOKOS, LA MADRE DE DIOS
La oración Sub tuum praesidium es un testimonio entrañable, probablemente el más antiguo y el más importante en torno a la devoción a Santa María. Se trata de un tropario (himno bizantino) que llega hasta nosotros lleno de juventud. Es quizás el texto más antiguo en que se llama Theotokos a la Virgen, e indiscutiblemente es la primera vez que este término aparece en un contexto oracional e invocativo.
G. Giamberardini, especialista en el cristianismo primitivo egipcio,  en un documentado estudio ha mostrado la presencia del tropario en los más diversos ritos y las diversas variantes que encuentra, incluso en la liturgia latina. La universalidad de esta antífona hace pensar que ya a mediados del siglo III era usual invocar a Santa María como Theotokos, y que los teólogos, como Orígenes, comenzaron a prestarle atención, precisamente por la importancia que iba adquiriendo en la piedad popular. Simultáneamente esta invocación habría sido introducida en la liturgia.

En el rito romano, su presencia está ya testimoniada en el Liber Responsalis, atribuido a San Gregorio Magno y es copiado en el siglo IX en la siguiente forma: "Sub tuum praesidium confugimus, Sancta Dei Genitrix". Algunos manuscritos de los siglos X y XI, presentan unas deliciosas variantes de esta oración, manteniendo intacta la expresión Santa Dei Genitrix, en estricta fidelidad a la Theotokos del texto griego.
Se trata de traducciones fidelísimas del texto griego, tal y como aparece en el rito bizantino, en el que se utiliza la palabra griega eysplagknían, para referirse a las entrañas misericordiosas de la Madre de Dios. La consideración de la inmensa capacidad de las entrañas maternales de la Madre de Dios está en la base de la piedad popular que tanta importancia dio al título Theotokos para designar a la Madre de Jesús. Y quizás como lo más importante sea el hecho de que el testimonio del Sub tuum praesidium levanta la sospecha de que el título Theotokos se origina a mediados del siglo III en la piedad popular como invocación a las entrañas maternales de Aquella que llevó en su seno a Dios. Esta vez, quizás, la piedad popular fue por delante de la Teología. Al menos, es muy verosimil que así fuese.
Los fieles que, con sencillez, rezan esta oración a la Sancta Dei Genitrix, la Theotokos, la Madre de Dios,  porque la han recibido de manos de la Iglesia, son los que están más cerca de lo que transmitieron los primeros cristianos y, por lo tanto, más cerca de Cristo.
La versión latina esta oración ha sido inmortalizada en la música especialmente por Antonio Salieri y Wolfgang Amadeus Mozart.
 
 
FUENTES:
Lucas F. Mateo-Seco,  La devoción mariana en la primitiva Iglesia

Bruno Moreno Ramos, InfoCatólica

G. Giamberardini, Il "Sub tuum praesidium" e il titolo Theotokos nella tradizione egiziana, en "Marianum" 31 (1969) 350-351
A.M. Malo, La plus ancienne prière à notre Dame, en De primordis cultus mariani, cit., t. 2, 475-485.
 
 FUENTE DEL ARTÍCULO:
 

domingo, 20 de mayo de 2012

, la Ascensión nos dice que en Cristo nuestra humanidad es llevada a la altura de Dios


Lleva a la humanidad a la altura de Dios



(RV).- Este mediodía Benedicto XVI se asomó a la ventana de su estudio que da a la Plaza de San Pedro para dirigir el rezo del Regina Coeli. En sus palabras para introducir el rezo mariano, el Papa centró su reflexión en la Ascensión de Jesús al Cielo, cuando regresa a su Padre como el evento que marca el cumplimiento de la salvación iniciada con la Encarnación. La Ascensión nos dice que en Cristo nuestra humanidad es llevada a la altura de Dios de tal modo que cada vez que oramos, la tierra se une al Cielo atraviesa los cielos y alcanza el Trono de Dios, es escuchada por Él y es respondida. El Sucesor de Pedro aludió además a la importancia de la oración diciendo que cada vez que oramos, la tierra se une al Cielo atravesándolo hasta alcanzar el Trono de Dios, es escuchada por Él y es respondida.

NUEVA TRADUCCIÓN DEL REGINA COELI DOMINGO 20.05.12


¡Queridos hermanos y hermanas!

Cuarenta días después de la Resurrección -según el Libro de los Hechos de los Apóstoles- Jesús ascendió al Cielo, es decir regresó al Padre, del cual había sido enviado al mundo. En muchos Países este misterio es celebrado no el jueves, sino hoy, el domingo siguiente. La Ascensión del Señor marca el cumplimiento de la salvación iniciada con la Encarnación. Después de haber instruido por última vez a sus discípulos, Jesús sube al cielo. Él, sin embargo no se separó de nuestra condición; en efecto, en su humanidad, asumió con Él a los hombres en la intimidad del Padre y así ha revelado la destinación final de nuestro peregrinar terreno. Así como por nosotros descendió del Cielo, y por nosotros ha sufrido y a muerto sobre la cruz, también por nosotros ha resucitado y ha regresado a Dios, que por ello no está lejano.


San León Magno explica que con este misterio viene proclamada no solo la inmortalidad del alma, sino también aquella de la carne. Hoy, en efecto, no solo somos confirmados como poseedores del paraíso, sino que también somos penetrados en Cristo en las alturas del cielo. Por esto los discípulos, cuando vieron al Maestro elevarse de sobre la tierra y levantarse hacia lo alto, no fueron invadidos por el desconsuelo,como se podría pensar, sino que por el contrario, experimentaron un gran gozo y se sintieron impulsados a predicar la victoria de Cristo sobre la muerte. Y el Señor resucitado actuaba con ellos, distribuyendo a cada uno un carisma propio. Lo escribe todavía san Pablo: «repartió dones a los hombres … Él comunicó a unos el don de ser apóstoles, a otros profetas, a otros predicadores del Evangelio, a otros pastores o maestros ... organizó en orden a la edificación del Cuerpo de Cristo … hasta que todos lleguemos a la plenitud de Cristo» (Ef 4,8.11-13).



Querido amigos, la Ascensión nos dice que en Cristo nuestra humanidad es llevada a la altura de Dios; así, cada vez que oramos, la tierra se une al Cielo. Y como el incienso, quemando, hace subir hacia lo alto su humo, así, cuando elevamos al Señor nuestra confiada oración en Cristo, ella atraviesa los cielos y alcanza a Dios mismo y es escuchada por Él y es respondida. En la célebre obra de san Juan de la Cruz, Subida al Monte Carmelo, leemos que «para alcanzar las peticiones que tenemos en nuestro corazón, no hay mejor medio que poner la fuerza de nuestra oración en aquella cosa que es más gusto de Dios; porque entonces no sólo dará lo que le pedimos, que es la salvación sino aun lo que Él ve que nos conviene y nos es bueno aunque no se lo pidamos» (Libro III, cap. 44, 2).


Supliquemos a la Virgen María, para que nos ayude a contemplar los bienes celestiales que el Señor nos promete, y para que seamos testigos siempre más creíbles de su Resurrección y de la verdadera Vida.

Traducción: Patricia L. Jáuregui Romero

domingo, 6 de mayo de 2012

Benedicto XVI: Cristo verdadera linfa de vida





¡


¡Queridos hermanos y hermanas!



El Evangelio de hoy, quinto domingo de Pascua, se abre con la imagen de la viña. Jesús dice a sus discípulos: «Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador» (Jn 15,1). A menudo, en la Biblia, Israel es comparado con la viña fecunda cuando es fiel a Dios; pero, si se aleja de El, se vuelve estéril, incapaz de producir aquel «vino que alegra el corazón del hombre», como canta el Salmo 104 (v. 15). La verdadera viña de Dios, la vid verdadera, es Jesús, que con su sacrificio de amor nos dona la salvación, nos abre el camino para ser parte de esta viña. Y así como Cristo permanece en el amor de Dios Padre, así los discípulos, sabiamente podados por las palabras del Maestro (cfr Jn 15,2-4), se unen de modo profundo a El, convirtiéndose en gajos fecundos, que producen abundante cosecha. San Francisco de Sales escribe: «El ramo unido y conjunto al tronco produce fruto no por propia virtud, sino por virtud de la cepa: entonces, hemos sido unidos por la caridad a nuestro Redentor, como los miembros a la cabeza; he aquí el por qué … las buenas obras, tomando su valor de El, merecen la vida eterna» (Tratado del amor de Dios, XI, 6, Roma 2011, 601).

En el día de nuestro Bautismo la Iglesia nos injerta como gajos en el Misterio Pascual de Jesús, en su misma Persona. De estas raíces recibimos la preciosa linfa para participar en la vida divina. Como discípulos, también nosotros, con la ayuda de los Pastores de la Iglesia, crecemos en la viña del Señor vinculados por su amor. «Si el fruto que debemos portar es el amor, su condición es propiamente este “permanecer” que tiene que ver profundamente con aquella fe que no abandona al Señor» (Jesús de Nazaret, Milán 2007, 305). Es indispensable permanecer siempre unidos a Jesús, depender de El, porque separados de El, nada podemos hacer. (cfr Jn 15,5). En una carta escrita a Juan el Profeta, que vivió en el desierto de Gaza en el siglo V, un fiel plantea la pregunta: ¿Cómo es posible tener juntas la libertad del hombre y el no poder hacer nada sin Dios? Y el monje responde: Si el hombre inclina su corazón hacia el bien y pide a Dios la ayuda, recibe la fuerza necesaria para cumplir la propia obra. Por eso la libertad del hombre y la potencia de Dios proceden juntas. Esto es posible porque el bien viene del Señor, pero es cumplido gracias a sus fieles (cfr Ep. 763, SC 468, Paris 2002, 206). El verdadero «permanecer» en Cristo garantiza la eficacia de la oración, como dice el beato cisterciense Guerrico de Igny: «Señor Jesús … sin ti no podemos hacer nada. Tu de hecho eres el verdadero jardinero, creador, cultivador y custodio de tu jardín, que plantas con tu palabras, riegas con tu espíritu, haces crecer con tu potencia» (Sermo ad excitandam devotionem in psalmodia, SC 202, 1973, 522).

Queridos amigos, cada uno de nosotros es como un gajo, que vive sólo si hace crecer cada día en la oración, en la participación a los Sacramentos, en la caridad, su unión con el Señor. Y quien ama a Jesús, verdadera vid, produce frutos de fe para una abundante cosecha espiritual. Supliquemos a la Madre de Dios para que permanezcamos sólidamente injertados en Jesús y para que cada una de nuestras acciones tenga en El su inicio y en El su cumplimiento.

Traducción del italiano: Raúl Cabrera -RV