¡Queridos hermanos y hermanas!
Este domingo es especialmente festivo aquí en el Vaticano, con motivo del Consistorio realizado ayer, en el cual he creado 22 nuevos cardenales. Con ellos he tenido la alegría esta mañana, de concelebrar la eucaristía en la basílica de San Pedro, junto a la tumba del Apóstol a quien Jesús llamó a ser la "roca" sobre la cual edificaría su Iglesia (cf. Mt. 16,18). Por eso les invito a todos a unir su oración por estos venerables hermanos, que ahora están aún más comprometidos a trabajar conmigo en la dirección de la Iglesia universal y a dar testimonio del Evangelio hasta el sacrificio de sus vidas. Esto significa el color rojo de sus vestidos: el color de la sangre y del amor. Algunos de ellos trabajan en Roma, al servicio de la Santa Sede, otros son pastores de importantes iglesias diocesanas; mientras que otros son conocidos por una larga y valiosa actividad en el estudio y en la enseñanza.
Ahora forman parte del Colegio que ayuda al Papa más de cerca en su ministerio de comunión y de evangelización: los recibimos con alegría, recordando lo que Jesús dijo a los doce apóstoles: "el que quiera ser el primero entre ustedes, será esclavo de todos, que tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos."(Marcos 10,44-45).
Este evento eclesial tiene como fondo la fiesta litúrgica de la Cátedra de San Pedro, adelantada a hoy, porque el próximo 22 de febrero --la fecha de esta fiesta--, será el Miércoles de Ceniza, inicio de la Cuaresma.
La "cátedra" es el asiento reservado para el obispo, de ahí el nombre de "catedral" dado a la iglesia donde, precisamente, el obispo preside la liturgia y enseña al pueblo. La Cátedra de San Pedro, representada en el ábside de la basílica de San Pedro por una escultura monumental de Bernini, es el símbolo de la misión especial de Pedro y de sus sucesores de pastorear el rebaño de Cristo, manteniéndolo unido en la fe y en la caridad. Ya en el siglo II, Ignacio de Antioquía, atribuía a la Iglesia que estaba en Roma un singular primado, saludándola, en su carta a los Romanos, como la que "preside en la caridad". Esta función especial de servicio le viene a la comunidad romana y a su obispo por el hecho de que en esta ciudad han derramado su sangre los apóstoles Pedro y Pablo, junto a numerosos otros mártires. Volvemos, entonces, al testimonio de la sangre y de la caridad. La Cátedra de Pedro, por lo tanto, es sí un signo de autoridad, pero la de Cristo, basada en la fe y en el amor.
Queridos amigos, encomendamos a los nuevos cardenales a la protección maternal de María santísima, para que siempre les ayude en su servicio eclesial y los sostenga en la prueba. María, Madre de la Iglesia, ayúdame a mí y a mis colaboradores a trabajar incansablemente por la unidad del Pueblo de Dios y proclamar a todos los pueblos el mensaje de la salvación, cumpliendo con humildad y valentía, el servicio a la verdad en la caridad.
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