Angelus Domini CASTEL GANDOLFO, domingo 29 julio 2012
Queridos hermanos y hermanas:
Este domingo hemos iniciado la lectura del capítulo 6 del Evangelio de Juan.
El capítulo se abre con la escena de la multiplicación de los panes, que
después Jesús comenta en la sinagoga de Cafarnaúm, indicando a sí mismo como el
"pan" que da la vida. Las acciones de Jesús son paralelas a las de la
Última Cena: "Tomó entonces Jesús los panes y, después de dar gracias, los
repartió entre los que estaban recostados", como lo dice el Evangelio (Jn.
6,11). La insistencia en el tema del "pan", que es compartido, y
sobre el dar gracias (v.11 eucharistesas en griego), recuerdan la Eucaristía, el
sacrificio de Cristo para la salvación del mundo.
El evangelista señala que la
Pascua, la fiesta, estaba cerca (cf. v. 4). La mirada se
dirige hacia la Cruz,
el don del amor y hacia la
Eucaristía, la perpetuación de este don: Cristo se hace pan
de vida para los hombres. San Agustín lo comenta así: "¿Quién, sino Cristo
es el pan del cielo? Pero para que el hombre pueda comer el pan de los ángeles,
el Señor de los ángeles se hizo hombre. Si esto no se hubiera realizado, no
tendríamos su cuerpo; al no tener su propio cuerpo, no comeríamos el pan del
altar" (Sermón 130,2). La
Eucaristía es el mayor y más permanente encuentro del hombre
con Dios, en el cual el Señor se hace nuestro alimento, se da a sí mismo para
transformarnos en él mismo.
En la escena de la multiplicación, se describe también la presencia de un
niño que, ante la dificultad de alimentar a tantas personas, ofrece compartir
lo poco que tenía: cinco panes y dos peces (cf. Jn. 6,8). El milagro no se
produce de la nada, sino de un modesto compartir inicial de lo que un muchacho
sencillo tenía con él. Jesús no nos pide lo que no tenemos, sino nos hace ver
que si cada uno ofrece lo poco que tiene, puede lograrse una y otra vez el
milagro: Dios es capaz de multiplicar nuestro pequeño gesto de amor y hacernos
partícipes de su don. La multitud fue sorprendida por el prodigio: ve en Jesús
al nuevo Moisés, digno de poder, y en el nuevo maná, el futuro asegurado; pero
se detienen en el elemento material, en lo que habían comido, y el Señor,
"a sabiendas de que intentaban venir a tomarle por la fuerza para hacerle
rey, huyó de nuevo al monte él solo" (Jn. 6,15). Jesús no es un rey
terrenal, que ejerce su dominio, sino un rey que sirve, que se acerca hasta el
hombre para satisfacer no solo el hambre material, sino sobre todo un hambre
más profundo, el hambre de orientación, de sentido, de verdad, el hambre de
Dios.
Queridos hermanos y hermanas, pidamos al Señor que nos ayude a redescubrir
la importancia de alimentarnos no solo de pan, sino de verdad, de amor, de
Cristo, del cuerpo de Cristo, participando fielmente y con gran conciencia de la Eucaristía, para estar
cada vez más íntimamente unidos a Él. En efecto, no es el alimento eucarístico
el que se transforma en nosotros, sino que somos nosotros los que gracias a él
acabamos por ser cambiados misteriosamente. Cristo nos alimenta uniéndonos a
él; «nos atrae hacia sí» (Exhortación Apostólica Sacramentum caritatis,
70). Al mismo tiempo, oremos para que nunca le falte a nadie el pan necesario
para una vida digna, y que se terminen las desigualdades no con las armas de la
violencia, sino con el compartir y el amor.
Nos confiamos a la
Virgen María, a la vez que invocamos sobre nosotros y
nuestros seres queridos, su maternal intercesión.