ALETEIA

martes, 24 de abril de 2012

Santuario Cenaculo de Bellavista Regina Coeli tercer Domingo de Pascua














In Latin


Regina coeli, laetare, alleluia: Quia quem meruisti portare, alleluia. Resurrexit sicut dixit, alleluia. Ora pro nobis Deum, alleluia.

V. Gaude et laetare, Virgo Maria, Alleluia,
R. Quia surrexit Dominus vere, alleluia.

Oremus: Deus qui per resurrectionem Filii tui, Domini nostri Iesu Christi, mundum laetificare dignatus es: praesta, quaesumus, ut per eius Genetricem Virginem Mariam, perpetuae capiamus gaudia vitae. Per eundem Christum Dominum nostrum.
R. Amen.

V. Reina del cielo, alégrate.
R. Aleluya.

V. Porque el Señor, a quien mereciste llevar.
R. Aleluya.

V. Ha resucitado, como lo había dicho.
R. Aleluya.

V. Ruega al Señor por nosotros.
R. Aleluya.

V. Goza y alégrate, Virgen María. Aleluya.
R. Porque verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.

Oremos:
Oh Dios, que por la resurrección de tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo, has llenado el mundo de alegría, concédenos, por intercesión de su Madre, la Virgen María, llegar a alcanzar los gozos eternos. Por el mismo Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.

domingo, 15 de abril de 2012

María pues es la que conoce más a fondo el misterio de la misericordia divina. Sabe su precio y sabe cuán alto es




 La Madre de la Misericordia
En estas palabras pascuales de la Iglesia resuenan en la plenitud de su contenido profético las ya pronunciadas por María durante la visita hecha a Isabel, mujer de Zacarías: « Su misericordia de generación en generación ».(101) Ellas, ya desde el momento de la encarnación, abren una nueva
perspectiva en la historia de la salvación. Después de la resurrección de Cristo, esta perspectiva se hace nueva en el aspecto histórico y, a la vez, lo es en sentido escatológico. Desde entonces se van sucediendo siempre nuevas generaciones de hombres dentro de la inmensa familia humana, en dimensiones crecientes; se van sucediendo además nuevas generaciones del
Pueblo de Dios, marcadas por el estigma de la cruz y de la resurrección, « selladas » (102) a su vez con el signo del misterio pascual de Cristo, revelación absoluta de la misericordia proclamada por María en el umbral de la casa de su pariente: « su misericordia de generación en generación ».(103)


Además María es la que de manera singular y excepcional ha experimentado —como nadie— la misericordia y, también de manera excepcional, ha hecho posible con el sacrificio de su corazón la propia participación en la revelación de la misericordia divina. Tal sacrificio está estrechamente vinculado con la cruz de su Hijo, a cuyos pies ella se encontraría en el Calvario. Este sacrificio suyo es una participación singular en la revelación de la misericordia, es decir, en la absoluta fidelidad de Dios al propio amor, a la alianza querida por El desde la eternidad y concluida en el tiempo con el hombre, con el pueblo, con la humanidad; es la participación en la revelación definitivamente cumplida a través de la cruz. Nadie ha experimentado, como la Madre del Crucificado el misterio de la cruz, el pasmoso encuentro de la trascendente justicia divina
con el amor: el « beso » dado por la misericordia a la justicia.(104) Nadie como ella, María, ha acogido de corazón ese misterio: aquella dimensión verdaderamente divina de la redención, llevada a efecto en el Calvario mediante la muerte de su Hijo, junto con el sacrificio de su corazón de madre, junto con su « fiat » definitivo.

María pues es la que conoce más a fondo el misterio de la misericordia divina.

Sabe su precio y sabe cuán alto es. En este sentido la llamamos también Madre de la misericordia: Virgen de la misericordia o Madre de la divina misericordia; en cada uno de estos títulos se encierra un profundo significado teológico, porque expresan la preparación particular de su alma, de toda su personalidad, sabiendo ver primeramente a través de los complicados
acontecimientos de Israel, y de todo hombre y de la humanidad entera después, aquella misericordia de la que « por todas la generaciones » (105) nos hacemos partícipes según el eterno designio de la Santísima Trinidad.

Los susodichos títulos que atribuimos a la Madre de Dios nos hablan no obstante de ella, por encima de todo, como Madre del Crucificado y del Resucitado; como de aquella que, habiendo experimentado la misericordia de modo excepcional, « merece » de igual manera tal misericordia a lo largo de toda su vida terrena, en particular a los pies de la cruz de su Hijo; finalmente, como de aquella que a través de la participación escondida y, al mismo tiempo, incomparable en la misión mesiánica de su Hijo ha sido llamada singularmente a acercar los hombres al amor que El había venido a revelar: amor que halla su expresión más concreta en aquellos que sufren, en los pobres, los prisioneros, los que no ven, los oprimidos y los pecadores, tal como habló de ellos Cristo, siguiendo la profecía de Isaías, primero en la sinagoga de Nazaret (106) y más tarde en respuesta a la pregunta hecha por los enviados de Juan Bautista.(107) Precisamente, en este amor « misericordioso », manifestado ante todo en contacto con el mal moral y físico, participaba de manera singular y excepcional el corazón de la que fue Madre del Crucificado y del Resucitado — participaba María—. En ella y por ella, tal amor no cesa de revelarse en la historia de la Iglesia y de la humanidad. Tal revelación es especialmente fructuosa, porque se funda, por parte de la Madre de Dios, sobre el tacto singular de su corazón materno, sobre su sensibilidad particular, sobre su especial aptitud para llegar a todos aquellos que aceptan más fácilmente el amor misericordioso de parte de una madre. Es éste uno de los misterios más grandes y vivificantes del cristianismo, tan íntimamente vinculado con el misterio de la encarnación.
« Esta maternidad de María en la economía de la gracia —tal como se expresa el Concilio Vaticano II— perdura sin cesar desde el momento del asentimiento que prestó fielmente en la Anunciación, y que mantuvo sin vacilar al pie de la cruz hasta la consumación perpetua de todos los elegidos. Pues asunta a los cielos, no ha dejado esta misión salvadora, sino que con su múltiple intercesión continúa obteniéndonos los dones de la salvación eterna. Con su amor materno cuida a los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan y se hallan en peligros y ansiedad hasta que sean conducidos a la patria bienaventurada ».(108)

 (102) Cfr. 2 Cor 1, 21 s.
(103) Lc 1, 50.
(104) Cfr. Sal 85 (84), 11.
(105) Lc 1, 50.
(106) Cfr. Lc 4, 18.
(107) Cfr. Lc 7, 22.
(108) Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen Gentium, 62: A.A.S. 57 (1965), p.
63.


Enlace
Enciclica Dives in Misericordia

Regina Coeli papa Benedicto XVI 15 de abril 2012




Texto completo del Regina Coeli del Santo Padre:

¡Queridos hermanos y hermanas!


Cada año, celebrando la Pascua, nosotros revivimos la experiencia de los primeros discípulos de Jesús , la experiencia del encuentro con El resucitado: el Evangelio de Juan narra que lo vieron aparecer en medio de ellos, en el cenáculo, al atardecer de ese mismo día de la resurrección, «el primero de la semana», y luego «ocho días después» (cfr Jn 20,19.26). Aquel día, llamado luego «domingo», es el día de la asamblea, de la comunidad cristiana que se reúne para su culto propio, o sea la Eucaristía, culto nuevo y diverso desde el inicio de aquel del sábado judío. En efecto, la celebración del Día del Señor es una prueba muy fuerte de la Resurrección de Cristo, porque solo un acontecimiento extraordinario e impresionante podía inducir a los primeros cristianos a iniciar un culto distinto con respecto al sábado hebreo.

Hoy como en ese entonces, el culto cristiano no es solo una conmemoración de eventos pasados, y tampoco una particular experiencia mística, interior, sino esencialmente un encuentro con el Señor resucitado, que vive en la dimensión de Dios, mas allá del tiempo y del espacio, y que sin embargo se hace realmente presente en medio a la comunidad, nos habla en las Sagradas Escrituras y parte para nosotros el Pan de vida eterna. A través de estos signos nosotros vivimos aquello que experimentaron los discípulos, o sea el hecho de ver a Jesús y al mismo tiempo de no reconocerlo; de tocar su cuerpo, un cuerpo verdadero, si bien libre de lazos terrenales. Es muy importante aquello que refiere el Evangelio, que, en las dos apariciones a los Apóstoles reunidos en el cenáculo, repitió varias veces el saludo «¡La paz esté con ustedes!» (Jn 20,19.21.26). El saludo tradicional, con el que se nos da el shalom, la paz, se convierte aquí en una cosa nueva: se convierte en el don de aquella paz que solo Jesús puede dar, porque es el fruto de su victoria radical sobre el mal. La «paz» que Jesús ofrece a sus amigos es el fruto del amor de Dios que lo ha llevado a morir sobre la cruz, a derramar toda su sangre, como Cordero manso y humilde, «lleno de gracia y de verdad» (Jn 1,14). He aquí el por qué el beato Juan Pablo II ha querido titular este Domingo después de la Pascua de la Divina Misericordia, con un ícono bien preciso: aquel del costado traspasado de Cristo, del que brotan sangre y agua, según el testimonio ocular del apóstol Juan (cfr Jn 19,34-37). Pero Jesús ha resucitado, y de El vivo brotan los Sacramentos pascuales del Bautismo y de la Eucaristía: quien los recibe con fe, recibe el don de la vida eterna.

Queridos hermanos y hermanas, recibamos el don de la paz que nos ofrece Jesús resucitado ¡dejémonos colmar el corazón de su misericordia! De esta manera, con la fuerza del Espíritu Santo, el Espíritu que ha resucitado a Cristo de los muertos, también nosotros podremos llevar a los otros estos dones pascuales. Lo obtenga para nosotros María Santísima, Madre de Misericordia.
Traducción: Raúl Cabrera








REGINA COELI

V. Alégrate, Reina del cielo; aleluya.
R. Porque el que mereciste llevar en tu seno; aleluya.
V. Ha resucitado, según predijo; aleluya.
R. Ruega por nosotros a Dios; aleluya.
V. Gózate y alégrate, Virgen María; aleluya.
R. Porque ha resucitado Dios verdaderamente; aleluya.
Oración
Oh Dios que por la resurrección de tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo, te has dignado dar la alegría al mundo, concédenos que por su Madre, la Virgen María, alcancemos el gozo de la vida eterna. Por el mismo Jesucristo Nuestro Señor.
R. Amén.

V. Regína coeli, laetáre.
R. Allelúja.

V. Quia quem meruísti portáre.
R. Allelúja.

V. Resurréxit, sicut dixit.
R. Allelúja.

V. Ora pro nobis Deum.
R. Allelúja.

V. Gaude et laetáre, Virgo María. Allelúja.
R. Quia surréxit Dóminus vere. Allelúja.

Orémus:
Deus, qui per resurrectiónem Fílii tui Dómini nostri Jesu Christi mundum laetificáre dignátus es: praesta quaésumus ut per ejus Genitrícem Vírginem Maríam perpétuae capiámus gáudia vitae. Per eúmdem Christum Dóminum nostrum.
R. Amen.