ALETEIA

lunes, 5 de noviembre de 2012

En la Eucaristía, Él nos dona este doble amor, donándose a sí mismo, porque nutridos de este Pan, nos amamos los unos a los otros como Él nos ha amado. Angelus Domini 04 de noviembre 2012










Guardar en el corazón la Palabra de Jesús, el Papa en el Ángelus


(RV).- (Con audio) La actitud ante la Palabra de Dios “ha de ser escucharla, meditarla y guardarla en el corazón”, afirmó el Papa en el saludo a los peregrinos de lengua española reunidos en la plaza de San Pedro. Con ellos y tantos otros peregrinos venidos de diversas partes del mundo, rezó la oración dominical del Ángelus, desde la ventana de su estudio.

Después de saludar en particular a los profesores y alumnos del Instituto Bioclimático, de Badajoz, el Sucesor de Pedro reflexionó sobre el Evangelio que se proclama el 31 domingo de la liturgia: “Con el mandamiento del amor que se proclama hoy en el evangelio, Jesús nos indica cuál ha de ser nuestra actitud ante su Palabra: escucharla, meditarla y guardarla en el corazón, haciendo de nuestra vida un testimonio gozoso y continuo de caridad.”

El Obispo de Roma, concluyó su saludo rogando: “Que la Virgen María, Madre del Amor hermoso, sea para todos modelo de constancia y fidelidad en el bien obrar. Feliz domingo”. RealAudioMP3

Jesús encarna la unidad del amor a Dios y al prójimo

Benedicto XVI en su reflexión en italiano, previa a la oración del ángelus, pidió “que todo cristiano sepa mostrar su fe en el único verdadero Dios con un límpido testimonio de amor hacia el prójimo”. Después de explicar que los santos –celebrados todos recientemente en una única fiesta solemne, “son propiamente aquellos, que, confiando en la gracia de Dios, buscan vivir según esta ley fundamental. En efecto, el mandamiento del amor lo puede poner plenamente en práctica quien vive una relación profunda con Dios, así como el niño aprende a amar a partir de una buena relación con la madre y el padre”.

Sobre este aspecto citó a San Juan de Ávila que dice que “la causa que más empuja nuestro corazón al amor de Dios es considerar profundamente el amor que Él ha tenido por nosotros…”

Esto más que los mismos beneficios, empuja el corazón a amar; porque aquel que ofrece a otro un beneficio, le da algo que posee; pero aquel que ama se da así mismo con todo lo que tiene, sin que le queda nada más que dar» (n. 1). Antes de ser un mandato, el amor es un don, una realidad que Dios nos hace conocer, experimentar, de manera que como una semilla, que pueda germinar incluso dentro de nosotros y desarrollarse en nuestra vida.

El Santo Padre expresó que “si el amor de Dios ha metido raíces profundas en una persona, ésta esta en grado de amar incluso a quien no lo merece, como justamente hace Dios hacia nosotros”, para concluir que “la misma Persona de Jesús y todo su misterio encarnan la unidad del amor a Dios y al prójimo”.

jesuita Guillermo Ortiz- RV


Texto completo de la reflexión del Papa, previa a la oración mariana
¡Queridos hermanos y hermanas!

El Evangelio de este domingo, (Mc 12,28-34) nos vuelve a proponer las enseñanzas de Jesús, sobre el más grande mandamiento: el mandamiento del amor, que es doble: amar a Dios y amar al prójimo. Los Santos, que hemos celebrado todos recientemente en una única fiesta solemne, son propiamente aquellos, que, confiando en la gracia de Dios, buscan vivir según esta ley fundamental. En efecto, el mandamiento del amor lo puede poner plenamente en práctica quien vive una relación profunda con Dios, así como el niño aprende a amar a partir de una buena relación con la madre y el padre. San Juan de Ávila, que proclamé hace poco Doctor de la Iglesia, escribe así al inicio de su Tratado sobre el amor de Dios: «La causa que más empuja nuestro corazón al amor de Dios es considerar profundamente el amor que Él ha tenido por nosotros… Esto más que los mismos beneficios, empuja el corazón a amar; porque aquel que ofrece a otro un beneficio, le da algo que posee; pero aquel que ama se da así mismo con todo lo que tiene, sin que le queda nada más que dar» (n. 1). Antes de ser un mandato, el amor es un don, una realidad que Dios nos hace conocer, experimentar, de manera que como una semilla, pueda germinar incluso dentro de nosotros y desarrollarse en nuestra vida.

Si el amor de Dios ha metido raíces profundas en una persona, ésta esta en grado de amar incluso a quien no lo merece, como justamente hace Dios hacia nosotros. El padre y la madre no aman a sus hijos sólo cuando lo merecen: los aman siempre, aunque si naturalmente les hacen entender cuando se equivocan. De Dios aprendemos a querer siempre y nada más que el bien y nunca el mal. Aprendemos a mirar al otro no sólo con nuestros ojos, sino con la mirada de Dios, que es la mirada de Jesucristo. Una mirada que parte del corazón y no se detiene en la superficie, va más allá de las apariencias y logra acoger las expectativas profundas del otro: ser escuchado, tener una atención gratuita, en una palabra: ser amado. Pero se verifica también el recorrido inverso: que abriéndome al otro así como es, yendo a buscarlo, haciéndome disponible, me abro también al conocer a Dios, a sentir que Él existe y es bueno. Amor de Dios y amor del prójimo son inseparables y tiene una relación recíproca. Jesús no ha inventado ni uno ni otro, sino que ha revelado que son en fondo, un único mandamiento, y lo ha hecho no solamente con la palabra, sino sobre todo con su testimonio: la misma Persona de Jesús y todo su misterio encarnan la unidad del amor a Dios y al prójimo, como dos brazos de la Cruz, vertical y horizontal. En la Eucaristía, Él nos dona este doble amor, donándose a sí mismo, porque nutridos de este Pan, nos amamos los unos a los otros como Él nos ha amado.
Queridos amigos, por intercesión de la Virgen María, oremos para que todo cristiano sepa mostrar su fe en el único verdadero Dios con un límpido testimonio de amor hacia el prójimo. Traducción del original italiano: Patricia Ynestroza - RV


Después del rezo a la Madre de Dios y del responso por los difuntos, un domingo más, en esta cita del mediodía romano, Benedicto XVI hizo resonar – como es tradicional también en otras lenguas, concretamente en francés, inglés, alemán, esloveno y polaco - su reflexión y exhortación centrada en las palabras de Jesús sobre el mandamiento del amor.

El Evangelio de este domingo nos invita a encontrar en el amor a Dios y a nuestros hermanos el camino de la felicidad, reiteró el Papa en francés, destacando que amando a Dios, Único, y a nuestro prójimo como a nosotros mismos, contribuimos a la armonía y a la paz en nuestras familias, comunidades y países. Y con el anhelo de que el amor sea el corazón de nuestras vidas, el Santo Padre recordó que para conocer mejor esta ley divina es importante dedicar tiempo a la lectura y meditación de la Palabra de Dios. Como para los santos, ella será la luz de nuestros pasos y la alegría de nuestros corazones.

Jesús nos enseña que los que aman al Señor con todo su corazón, alma, mente y fuerzas, no están lejos del Reino, enfatizó Benedicto XVI en inglés, alentando a amar al Señor de esta manera, y a nuestro prójimo como a nosotros mismos.

En sus saludos en alemán, recordando que en el Evangelio de este domingo, Jesús habla de la relación del hombre con Dios, el Papa destacó que el hombre debe impulsar la búsqueda de la luz del amor divino. Luz que aleja de las tinieblas del pecado, para conducirnos al Reino celestial, al que el Señor nos llama a todos, subrayó Benedicto XVI rogando la ayuda divina para testimoniar a Cristo, en el amor que transforma todas las relaciones humanas.

En esloveno, el Santo Padre saludó a grupo de peregrinos miembros de la Tercera Orden Franciscana, llegados a Roma siguiendo las huellas de San Francisco. Y les deseó que su peregrinación sea para todos ellos un nuevo impulso a ser - siempre y en todas partes - testimonios gozosos del amor de Dios.

Finalmente en polaco, Benedicto XVI puso de relieve que el mandamiento del amor, que nos enseña Jesús, no es una imposición, sino una invitación a vivir en la luz del amor de Dios, que da la alegría y la paz en la realidad temporal y la segura esperanza de la felicidad eterna. Y con su bendición, el Santo Padre deseó que este amor inunde siempre nuestros corazones.

(CdM - RV)
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